Señor director,

En su columna publicada en este medio, Loreto Cox alude a cómo la baja natalidad, según muestra la evidencia, perjudica el desarrollo social. En este sentido, se puede considerar consecuencias como el envejecimiento poblacional, la baja en el capital humano, y también una disminución del PIB producto de lo mencionado. En este contexto, es evidente la urgencia de atender a una población que envejece, sus necesidades económicas y sociales. Sin embargo, ¿qué hacemos con la causa de este desafío?

Estamos inmersos en una sociedad posmoderna, donde prevalece la autorrealización y la libertad personal, pero donde la “familia” —célula básica gestora de vida, que fomenta el desarrollo individual y sus proyectos vitales pero donde, a la vez, se promueve la solidaridad— dejó de ser el núcleo de nuestras políticas.

El desarrollo de políticas pro-familia, donde se tome al sujeto como parte de este núcleo -y no como un flotante-, podría ser un punto de partida para promover la natalidad. En tiempos en los que la mujer es parte del capital laboral, y que posterga o elimina la maternidad de su horizonte por todo lo que esto trae, más que nunca toma importancia darle la responsabilidad que le corresponde a la familia como unidad social.

Daniela Guzmán es Subdirectora de IdeaPaís. Carta publicada en El Mercurio, el 3 de marzo.