Señor Director:

El escándalo de las reuniones concertadas por Zalaquett entre autoridades y empresarios ha traído débiles excusas que van desde que no todo diálogo es lobby, hasta un poético «hay que dialogar hasta que duela» del presidente Boric.

No logran tapar el sol con un dedo: si las reuniones son donde un reconocido lobbista y el público contempla un abanico de personeros correspondientes a empresas de rubros interesados, no hay que hilar muy fino ni darse mucha vuelta para comprender que transparentar –por último, “ante la duda”– resulta un deber.

Es tragicómico pensar el hipotético rol que el Frente Amplio habría ejercido si este tipo de cosas las atestiguaran como oposición. Podemos imaginarnos desde embestidas contra la oligarquía, pasando por repasadas al modelo neoliberal y a la “cocina” de siempre.

Finalmente, más que el recambio de valores generacionales distintivos hoy estamos cosechando una ética política reducida a su más exigua expresión, medidas de transparencia como el lobby en definitiva son ninguneadas como trámites ornamentales que no permiten “conversar” como corresponde, y en definitiva evidenciamos una política, entre tanto vaivén de promesas, reducida a la pura facticidad de lo que más convenga, profundizando la deriva en la que se halla desde hace tiempo.

José Miguel González es Director de Formación IdeaPaís. Carta publicada en La Segunda, el 11 de enero.