Ciertos grupos feministas han comenzado a inquietarse, y es que una de las principales consignas de este gobierno feminista -el aborto libre, seguro y gratuito- no parece ver la luz en un futuro cercano. Por ello, en este 8M, se volvería un imperativo moral reivindicar esta bandera.

Más allá de la pretensión de cierta izquierda de absolutizar el debate (en simple, si no eres abortista, no sólo no eres feminista, sino una cómplice de la subyugación de la mujer), vale la pena detenerse en el hecho que el aborto se haya terminado convirtiendo en la principal –por no decir la única– lucha feminista, reduciendo la agenda mujer a la promulgación del aborto libre.

¿Dónde quedó el sentido de realidad respecto de lo que significaba el aborto para la mayoría de las mujeres? Hacerse cargo de los problemas de soledad, maltrato, inseguridad, vulnerabilidad, eran -en la mayoría de los casos- las razones por las cuales las mujeres debían tomar esta decisión. El aborto era estar llegando tarde, como lo expresaron Michelle Bachellet o Simone Veil en Francia, al promover ambas las leyes de aborto. Así la ex presidenta declaró a propósito del aborto en tres causales: “Es una decisión que nunca es razón de festejo, porque está precedida de dolor, de angustia.»

Las defensoras de esta práctica han transitado de considerar el aborto como una verdadera tragedia que hay que evitar, a una verdadera promoción de esta como algo deseable y un piso mínimo para la autonomía de la mujer. Según su entendimiento, sólo el aborto permitirá a las mujeres ser realmente libres, pudiendo decidir cuándo y bajo qué condiciones ser madres, que es la causa eficiente de toda subyugación. Así, fuera de la discusión de fondo –es completamente debatible que la capacidad de engendrar sea la única causa de la subyugación– no se repara en la falta de voluntad que esconde la práctica abortiva, que termina por viciar la decisión de la mujer. Así como en educación o salud, se cuestiona que exista verdadera libertad de elegir cuando no se tienen las condiciones materiales mínimas, para el caso del aborto no es distinto. La realidad de aquellas mujeres que viven un embarazo vulnerable no les permite tomar una decisión realmente libre.

En este sentido, el problema de la agenda pro aborto es que desconoce la realidad que viven las mujeres y asume que la decisión de abortar es siempre querida y libre, y no son capaces de hacerse cargo de dar soluciones a esa realidad. El camino es uno solo: el aborto. Sin medir tampoco las consecuencias que ello tiene para las mismas mujeres.

Una verdadera agenda pro mujer, una que les permita libertad de decisión, es aquella en que se busca acompañar y apoyar en momentos de especial vulnerabilidad durante un embarazo en que han quedado abandonadas por sus parejas y familiares, donde la soledad, la incapacidad económica, el temor y la extorsión, son las razones que terminan prevaleciendo en una decisión como esta, sin que en realidad esté sobre la mesa la alternativa de poder ser madres.

Si bien muchos parecen haberlo olvidado, lo cierto es que llegamos tarde cuando la única solución que le damos a las mujeres es el aborto. Y quienes somos contrarios al aborto también hemos fallado al respecto. A fin de cuentas, enceguecidos por esta disputa, nadie ha logrado proponer una política de acompañamiento medianamente seria. Los resultados de los programas estatales debiese avergonzarnos a todos: el 86% de las mujeres que pasan por estos programas decide abortar, lo que contrasta cuando comparamos con experiencias de acompañamiento como las que entrega la fundación Chile Unido, donde el 77% de las mujeres decide continuar con su embarazo. Sin duda cabe cuestionarse por cuál es el sentido de acompañamiento que tiene el Estado y que está entregando a las mujeres.

Una verdadera política que dé libertad a las mujeres es aquella que les permite ver la maternidad como una alternativa viable, lo cual parte por hacernos cargo del embarazo vulnerable, luego por generar verdaderas políticas de apoyo a la maternidad, a la corresponsabilidad y la crianza.

Magdalena Vergara, es Directora de Estudios de IdeaPaís. Columna publicada en El Líbero, el 6 de marzo.