Basta con ver cualquier fragmento de la instalación del Consejo Constitucional para darse cuenta que Chile puede cambiar. Si usted no lo ha visto, ponga “instalación consejo constitucional” en Google, y vea los discursos de Littin, Hevia o Boric. El contraste entre la Convención y el Consejo Constitucional es asombroso, y da esperanza para lo que viene.

Los excesos, estridencias e imposiciones que vimos durante el proceso de la fallida Convención brillaron por su ausencia, dando paso a la ponderación, serenidad y total conciencia de la seriedad del trabajo que recién comienza.

A diferencia de la inauguración de la Convención Constitucional, asistieron los presidentes de todos los poderes del Estado. Y en un sobrio discurso, el Presidente Boric pidió poner al bien común por sobre miradas particulares, y que se considere a la rica tradición chilena, marcando distancia de la propuesta constitucional rechazada —que él apoyó con fuerza. Su temprana retirada de la sesión, lejos de ser criticable, da cuenta de un aprendizaje y de un cuidadoso esfuerzo por evitar intromisiones invasivas en un proceso que recién comienza.

Detrás de los discursos se ve una conciencia compartida de que toda verdadera Constitución es hija de su pueblo —como dijera Carlos Frontaura—, situado en un momento histórico concreto, con problemas e instituciones específicas. Que ni la patria ni su Constitución —de nuevo, Frontaura— se inventan de la nada. Que es posible simultáneamente comprender que nuestra tradición no es intercambiable, y tener conciencia de que nuestras necesidades actuales requieren de una respuesta decidida que habilite a la política para ser resueltas. Que el hecho de que se esté haciendo una constitución para Chile supone que, como chilenos, tenemos no algo sino mucho en común. La diversidad supone lo semejante, y una mirada integradora es crucial para el camino que comienzan los consejeros y el producto que se espera de ellos.

El acto de instalación es un buen augurio. «La historia no perdonará a quienes se dejen llevar por pasiones o revanchismos del pasado”, dijo Miguel Littin como presidente de la ceremonia. También señaló que “siempre somos continuidad”, y que quien no se reconoce en su abuelo nunca encontrará su futuro, manifestando que la tradición y el pasado son parte de la discusión, y no aquello que se debe superar.

Se ve, después de todo lo vivido el año pasado, un verdadero pluralismo. Uno que no se contenta con no excluir a ningún sector político (como ocurrió absurdamente antes), ni con ver dirigiendo el proceso una convocante abogada republicana y un experimentado exrector de universidad pública, sino que, sobre todo, entiende el papel que debe tener una constitución: ser punto de partida integrador y condición habilitante de la buena política, actividad humana insustituible para resolver nuestros problemas comunes.

Cristián Stewart, director ejecutivo IdeaPaís, columna publicada por el diario La Segunda en la edición del 8 de junio 2023