La masiva invasión del congreso brasileño luego de la toma de posesión de Lula es una muestra más del mal momento que cruza la democracia en el mundo. El asalto al capitolio norteamericano hace dos años, el reciente golpe de Estado en Perú y los estallidos sociales en la región, configuran un síntoma preocupante. Chile, evidentemente, no está ajeno a estos fenómenos globales y, aunque busca la forma de revalidar sus instituciones, no logra encontrar un cauce que le permita romper la tendencia para salir adelante. ¿Dónde radica la solución? ¿Quién le pone el cascabel al gato?

Las cifras confirman el problema con claridad: la última encuesta CEP muestra una caída sostenida -desde 2019- de la valoración ciudadana de la democracia como sistema de gobierno. De la misma forma, aumenta significativamente la percepción de que “en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático”.

Entre las diversas causas de este fenómeno -con profundas raíces culturales- está el comportamiento, las decisiones y las palabras de los líderes, que en muchos casos profundizan el problema en lugar de aminorarlo. En Chile, muchos de los actuales líderes políticos, que fueron electos bajo la promesa de cambiar esas prácticas dañinas, sólo han acrecentado el problema. Lo vimos en la Convención con absoluta claridad, también en el gobierno y su sumatoria de tropiezos, y en los parlamentarios que siguen cayendo sistemáticamente en altercados de baja monta.

Por estos días lo vimos de nuevo: el diputado De La Carrera increpando – con celular      en      mano- al diputado Schalper por no sumarse a una jugada política que pretendía propinarle una derrota al Partido Comunista por secretaría. El afuerino, el que venía sin las mañas de “los de siempre” aprendió rápido. No era una pugna ideológica entre la lucha de clases y la solidaridad, tampoco era un debate sobre cómo resolver un problema social que aqueja a las familias. No, era una jugarreta administrativa, esas que cuesta explicar y que no impactan en la vida de ningún chileno. Era, en definitiva, una de esas mañas que acrecientan el descrédito generalizado de la política y de las instituciones.

El camino de salida de este cuadro de desconfianza es largo y lleno de ripios, pero es necesario iniciarlo, porque no hay plan B. Los destinos del país están puestos en las autoridades que elegimos. Por eso es necesario poner los incentivos y las reglas necesarias para que la política atraiga liderazgos serios y preparados; para que los partidos cumplan su rol de convocar ciudadanos que compartan un ideario claro logrando y que, una vez en el poder, las autoridades tengan mayores trabas para caer en malas prácticas. La democracia pasa por días difíciles y debe buscar la forma de revalidarse. El proceso constituyente será sin duda una oportunidad para hacer ajustes en este sentido. Esperemos que nuestros políticos no se la vuelvan a farrear.

Juan de Dios Valdivieso, Directo regional de IdeaPaís O´Higgins, publicada por diario El Tipógrafo en la edición del 12 de enero de 2023