Apruebo y Rechazo tienen probabilidades de salir victoriosas. Las encuestas y sus tendencias señalan que cualquier opción puede ganar. A diferencia de una elección normal, el éxito de un proceso constituyente democrático se juega, en parte, en asegurar condiciones que favorezcan la deliberación política de un país. Es en este aspecto donde la constitución debe ser la casa de todos.

La deliberación política es una piedra angular para nuestro despliegue como sociedad. Permite comprendernos como agentes morales capaces de procesar nuestros desacuerdos políticos pacíficamente. La propuesta de la Convención, en este sentido, requiere pasar el test de la deliberación política. Este análisis tiene, a lo menos, tres aspectos.

El primero es el origen. El Apruebo, de ganar, debe hacerlo por un amplio margen. La Constitución no puede seguir siendo motivo de disputa. Debemos dar el paso hacia discutir «desde» la Constitución, y dejar de hacerlo «sobre» ella. Para que ello ocurra, el Apruebo no puede ganar estrechamente en el plebliscito de salida. Es la única forma para que podamos deliberar sobre los medios más adecuados para resolver nuestros problemas sin cuestionar permanentemente las bases de los acuerdos.

La segunda dimensión es el sistema político que ofrece la propuesta de Constitución. Para contar con un sistema político sano y eficiente, que dé condiciones reales para la deliberación política, es necesaria una visión coherente en esta materia. Lamentablemente, el sistema político de la propuesta no ayuda a ese objetivo. El presidencialismo atenuado con un bicameralismo asimétrico (una anomalía in+edita), la débil regulación de los partidos políticos, y una superficial referencia al sistema electoral, en lugar de propiciar la discusión, consolidan la fragmentación.

La última dimensión es el clima político. La aprobación de la nueva Constitución probablemente traerá un diálogo poco fructífero, polarizándonos aún más que el texto mismo. Los sectores moderados probablemente pasen a la banca, y los extremos del espectro político cobrarían un protagonismo de disputa sin piedad entre ellos. Así, el ánimo de alcanzar acuerdos transversales, vocación mayoritaria y una mirada de largo plazo dará paso a declaraciones que busquen anular a los adversarios. El Partido Comunista hará valer su lógica de avanzar sin transar, y la derecha “sin complejos” desplazará a “los dialogantes”, autoconfirmándose en su lógica del todo o nada.

Si hay algo que un país con tantas heridas y flancos abiertos como Chile no necesita es que la política se transforme en una guerra sorda entre polos puristas. Nuestra generación debe dar muestras de aprendizaje acerca del pasado reciente chileno. Para eso, debemos favorecer todo aquello que nos ayude y nos enseñe a discutir para procesar nuestros desacuerdos pacíficamente. Sin estas condiciones para la deliberación política, difícilmente podremos avanzar. 

Columna por Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, publicada por La Segunda en la edición del 18 de agosto de 2022.

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