“Salud mental para todos ahora” y “Fin a la crisis de la salud mental” son algunas de las consignas que se vienen levantando hace algunos años, y que se han materializado recientemente en un proyecto de ley que se tramita en el Congreso.
La demanda ciudadana tiene sentido si consideramos que el acceso de la población chilena a una buena salud mental no sobrepasa el 20%, y que tanto Fonasa como las Isapres cubren muy pobremente las consultas psicológicas y psiquiátricas. Sin embargo, existe el peligro de que la bandera de la salud mental, izada en solitario, narre una historia unilateral y superficial del problema e invisibilice algunas heridas de fondo que poco y nada se mencionan a propósito de las altas tasas de depresión y suicidio en nuestro país. Entre dichas heridas se encuentra la debilitación de los vínculos familiares y comunitarios.
Mientras los ambientes que propician vínculos humanos sólidos son un factor protector frente a las depresiones y conductas suicidas, aquellos ambientes carentes de cohesión comunitaria constituyen un factor de riesgo en este plano. Esto, además de ser algo bastante intuitivo, ha sido sostenido reiteradamente por médicos, psicólogos, cientistas políticos y sociólogos que se han dedicado a estudiar el fenómeno suicida (entre quienes destacan investigadores como J.Hirsch, K.E.Miller, E.Murphy, D.M.Adams y R.Welz). La misma OMS en sus recientes informes de salud mental ha puesto énfasis en la importancia de las relaciones familiares e interpersonales a la hora de prevenir y tratar depresiones e ideas suicidas.
Debemos hacernos las preguntas que molestan: ¿por qué tantas madres chilenas se ven obligadas a trabajar sin descanso, aun a costa de ver a sus hijos sólo dos o tres horas a la semana? ¿Por qué tantos padres brillan por su ausencia? ¿Qué es lo que genera o posibilita el incremento exponencial de la violencia de unos niños contra otros dentro de los colegios? ¿En qué tipo de sociedad se normaliza el abandono y la ingratitud hacia los propios padres y abuelos? ¿Qué hace que la mayoría de las juntas de vecinos se desarme antes de nacer, la mayoría de las veces por falta de quórum? ¿Con cuánta frecuencia recordamos que, “en el país más próspero de Sudamérica”, hay un suicidio cada cinco horas?
Ciertamente dar respuesta a estas preguntas requiere de una mayor reflexión; sin embargo, abordar la salud mental a través de un proyecto de ley no puede estar exento de ellas. La deliberación pública no puede limitarse al precio de los psicotrópicos, cobertura GES o cuántos psicólogos infantiles deben contratar las escuelas, prescindiendo de las causas que han deteriorado el bienestar socio-emocional de la población.
Con esto no queremos decir que no se requieran mejoras en las prestaciones de salud mental: la psicología y psiquiatría son algunas de las decenas de áreas de la salud en las que Chile está al debe. Tampoco queremos decir, obviamente, que todos los suicidios o intentos de suicidios tengan correlación con la carencia de lazos familiares y comunitarios sólidos. En efecto, existen muchos casos de personas que son acompañadas arduamente por sus familias durante años de depresión, y que finalmente de todos modos llegan a quitarse la vida. Sin embargo, el hecho de que estos casos existan no desmiente que los vínculos humanos débiles y fuertes sean, en general, factores de riesgo y de protección respectivamente.
Esperemos que una causa legítima como es la mejoría en las prestaciones de salud mental vaya acompañada del esfuerzo por hacer un diagnóstico más profundo de las actuales carencias en el plano de la familia y demás comunidades, y de las condiciones culturales y estructurales que suelen propiciar dichas carencias. De otro modo, estaremos tapando el sol con un dedo y acallando una vez más a esos mudos solitarios que incomodan con su sola existencia: quienes cuestionan en un grito ahogado nada menos que las bases antropológicas de nuestro actual modelo de desarrollo y nuestra mentalidad egoísta a la hora de hacer (y sobre todo deshacer) vínculos con otros.
Javiera Corvalán es coordinadora de acción pública de IdeaPaís. Columna publicada en El Dínamo, el 14 de febrero