La derecha está a punto de cometer un error imperdonable. En lugar de presentar un frente unido para enfrentar la elección presidencial, opta por la fragmentación, propiciando así su propia derrota. Tanto el Partido Republicano como el naciente Partido Libertario han declarado que sus candidatos, José Antonio Kast y Johannes Kaiser, irán directamente a la primera vuelta, en lugar de competir en primarias con Evelyn Matthei. Como resultado, todo indica que la papeleta contará con tres candidatos de derecha, dividiendo el voto y facilitando el camino al oficialismo.
Lo más sorprendente es que, pese a que ambos K insisten en que su adversario está al frente y no al lado, en la práctica terminan priorizando su distancia con la denominada «derechita cobarde». La izquierda, en cambio, entiende perfectamente la lógica electoral y, aunque tenga tensiones internas, sabe que la unidad hace la fuerza. La derecha, por el contrario, se aferra a la dispersión, repitiendo una tradición que no hace más que cavar su propia tumba.
Esta elección no se da en un contexto cualquiera. Luego de tres años de un gobierno con resultados deficientes en seguridad, economía y gestión pública, con constantes chascarros comunicacionales y un oficialismo dividido, la carrera presidencial debería ser relativamente sencilla para la derecha. Sin embargo, pese a este escenario favorable, Kast y Kaiser insisten en atomizar el voto de su sector, en lugar de competir juntos en una primaria amplia y llegar fortalecidos a la primera vuelta.
La pregunta es inevitable: ¿qué buscan realmente estos líderes? ¿Aspiran realmente a gobernar? Si de verdad creen que el adversario es la izquierda, deberían actuar en consecuencia. Pero al negarse a la competencia interna, demuestran que prefieren una guerra de egos a una estrategia ganadora. Más aún, esta decisión revela la naturaleza política de ambos partidos: ni Republicanos ni Libertarios tienen vocación de mayoría; y, por lo tanto, no tienen vocación de gobernar. Su política se basa en la permanente denuncia y oposición, pero saben que su discurso tiene un techo de cristal. Su proyecto no puede expandirse más allá de su nicho, lo que pareciera condenarlos a ser una fuerza testimonial antes que una alternativa real de gobierno.
La izquierda sabe que su principal adversario es la derecha y actúa en consecuencia. La derecha, en cambio, sigue comportándose como si su enemigo estuviera dentro de su propia casa. Ojalá este año sean capaces de romper con una tradición que no solo los condena a la derrota, sino que también perpetúa el mal gobierno en el país. De lo contrario, cargarán con la responsabilidad de desaprovechar la oportunidad de ofrecer al país una alternativa de orden y estabilidad.
Emilia García es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 24 de marzo