La desconexión que sufre nuestra política es innegable. La encuesta Bicentenario muestra que la confianza en los partidos políticos y en los parlamentarios – en un triste empate- cayó a un paupérrimo 1%, es decir, perdió incluso los escasos avances de confianza alcanzados después de 2019. Ejemplos de esta desconexión hay más de los que uno quisiera. Pensemos, por ejemplo, en las trabas a las reglas para el uso de la fuerza que propuso el gobierno: esa exigencia a las policías de actuar con criterios diferenciados en los operativos de orden público, según si los involucrados son minorías sexuales, pueblos originarios o menores de edad. Un absurdo que no resiste análisis.

Pensemos también en el rechazo, por parte del Congreso, de la ley de perros asilvestrados. Los resultados de la votación, en efecto, dejaron en el desamparo a los ecosistemas, a la fauna nativa y a los ganaderos de todo Chile, en especial de regiones tan rurales como la nuestra. Así, los parlamentarios criminalizan lo que no es más que una acción desesperada por controlar un depredador introducido (generalmente, por el por el abandono de algún irresponsable).

Una tercera muestra de este problema está en las innumerables veces que se intenta, desde la política, imponer palabras inventadas o conceptos totalmente ajenos a nuestra vida cotidiana. De este modo, las políticas públicas son revestidas de un lenguaje cargado de ideologías que, para el común de los mortales, resultan contraintuitivas, innecesarias, o derechamente absurdas. Así, por ejemplo, simples baños mixtos en una caleta pesquera fueron recientemente celebrados como un “nuevo paradigma”: “caletas con perspectiva de género”.
La lista es casi infinita. Pero la paciencia de los chilenos no lo es.,. No en vano nos informan las encuestas que, para gran parte de la ciudadanía, se vuelve día a día más atractiva la figura del autoritario, el líder carismático sin contrapesos que no necesita de las desconectadas instituciones para acometer con coraje las decisiones que nadie se atreve a tomar.

Pero hay un camino alternativo y es urgente tomarlo cuanto antes: fortalecer nuestras instituciones. ¿Cómo se hace? No hay un antídoto mágico, por cierto. Pero sí existen algunos pasos elementales:. Que el gobierno respalde definitivamente a Carabineros y a la Policía de Investigaciones. Que el Presidente Boric aborde la crisis de seguridad con visión de Estado de una vez por todas. Que la ley de inteligencia vea la luz. Que la justicia aparte cuanto antes a los corruptos. Que el congreso inicie la reforma al sistema político para aceitar esa oxidada máquina y dar gobernabilidad a Chile. Que los partidos seleccionen con rigurosidad a los candidatos de este fin de año, para que no tengamos nuevos casos como el de la Municipalidad de Rancagua.

La paciencia de Chile, decíamos, no es infinita. Para evitar la llegada del populismo de brocha gorda, de soluciones simples a problemas complejos, nuestra élite política debe abordar estos asuntos cuanto antes. Esto requiere un profesionalismo y una valentía aún mayores que la careta corajuda del populista. Porque hacerlo es impopular: implica por ejemplo, empoderar a los partidos y reformar el sistema político, lo que a algunos les parece el colmo de la desconección. Pero en realidad es lo contrario, por mucho que le pese al presidente, fortalecer nuestro sistema político es, precisamente, la única vía para recuperar la confianza y la servicialidad del Estado, y para conseguir así, de una vez por todas, orden y tranquilidad para Chile.

Juan de Dios Valdivieso es Director Regional de IdeaPaís en O’Higgins. Columna publicada en El Rancagüino, el 29 de mayo.