El senador Núñez (PC), respaldado por las autoridades de su partido, instó al gobierno a «convocar a la presión social» para sacar adelante las reformas que sueñan implementar.

Estas declaraciones —apoyadas por socialistas y revolucionarios democráticos— tienen muchos problemas. Entre ellos, que el PC parece no conformarse con las reglas del juego democrático, y ante la imposibilidad de obtener por la vía legislativa los resultados esperados, optan por la calle. A ver si la vía de los hechos les es más funcional y fiel que la débil política institucional, atrapada por una derecha que obstruye los «cambios sociales». 

Pero hay otro problema, que requiere igual atención. 

El PC incurre en la misma actitud que mostró el Presidente Boric al anunciar el cambio de gabinete tras los resultados del Rechazo. «Los procesos de cambio siempre tienen retrocesos cuando se pretende ir más rápido que el pueblo al que se representa», reflexionó entonces. Pero su autocrítica no fue bien planteada. Se basó en la velocidad de los cambios propuestos, cuando fue el contenido de esos cambios —un sistema político anómalo, la plurinacionalidad, el riesgo de la independencia del poder judicial— lo que en realidad fue rechazado.

Los sectores del oficialismo que presionan a su gobierno para que recuerde su opción reformista, y haga valer su programa refundacional a través de la auto-presión social, hacen lo mismo que Boric: se exculpan de sus propios problemas perdiendo de vista dónde debe estar el acento.

¿No ven los líderes oficialistas que su propuesta no hace sentido mayoritario ante los problemas que vemos a diario? ¿No advierten que una gestión deficitaria en conjunto con ideas que no terminan de cuajar son el cóctel perfecto para el fracaso? ¿De verdad creen que exigiendo al gobierno a que ejerza «presión social» tendrá efectos positivos? ¿Que la gente les va a creer más? 

Esto es un asunto de conducción. De ver la realidad tal como es, en lugar de rehusarse porfiadamente a ella. De entender que el camino de exigirle al pueblo que entienda que sus ideas son buenas para él no funcionará, y que ni el llamado a la presión social ni la convocatoria de marchas autocomplacientes arreglarán panorama alguno.

El problema pasa porque no asumen su error de lectura, y no reconocen que la aprobación de sus proyectos está cuesta arriba porque sus ideas no son mayoritarias. Pareciera que se aprovechan de sus errores, y asignan el rechazo a su gobierno y a sus ideas inmaculadas a la culpa de otros. Obvio: si así fuera, a presionar se ha dicho, porque el bote hay que mantenerlo a flote. Pero como no es así, sino que los niveles de desaprobación a su gobierno se deben fundamentalmente a su desempeño, ver la paja en el ojo ajeno y acusar al adversario de haber puesto la viga en el ojo propio, es una actitud tramposa. Es lo más parecido a aprovecharse del propio dolo. 

Cristián Stewart es Director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 28 de marzo.