Esta semana la Comisión de Educación del Senado aprobó la idea de legislar sobre el proyecto de Sala Cuna. Fuera de las necesarias mejoras que este requiere en función de lo pedagógico, el anuncio no podría llegar en un mejor momento luego de la “sorprendente” noticia sobre la disminución de nacimientos en 2023 y que ahora mantiene a moros y cristianos reflexionando sobre la crisis demográfica en nuestro país.

En este interesante debate –que se repite siempre en estos meses luego de conocer las cifras ya mencionadas– muchas veces le atribuimos, como única causa de esta crisis, la falta de políticas de conciliación trabajo-familia y el alto costo de la vida. Ciertamente, algunas parejas –muchas incluso– pueden verse disuadidas de formar una familia por estas razones (y por eso es fundamental avanzar en proyectos como el que ya indicaba e idear otros), pero la evidencia (v. gr. en el Journal of Economic Perspectives en 2022 y otras también) sugiere que las razones que explican la disminución de la paternidad no son exclusivamente de naturaleza económica sino también por el costo de oportunidad que la paternidad conlleva. Renunciar a mejores oportunidades laborales o mayores logros educativos parece menos atractivo que lo que obtendrían con un hijo. Esto se refuerza si consideramos que una encuesta realizada por el Harris Interactive and the Archbridge Institute muestra que la principal razón para no tener hijos es el deseo de mantener su independencia personal. ¿Por qué querría sacrificar mi autonomía personal –y de pasada mi descanso nocturno– si la cultura moderna nos refuerza constantemente la idea de que nuestra realización individual no es alcanzable, exclusivamente, en comunidad y menos con compromisos de larga duración como lo sería el matrimonio y la paternidad?

A pesar de que la mayoría de los diagnósticos son elaborados en países con contextos culturales y económicos muy distintos al nuestro, esto no debiese ser un impedimento para seguir preguntándonos por las razones de la caída en la natalidad con el objetivo de trazar una hoja de ruta que se haga cargo de cada una de las causas y no centrarnos única y exclusivamente en políticas públicas que reduzcan el costo de la maternidad y paternidad.

Por último, no hay que olvidar que la pregunta por la natalidad necesariamente trae aparejada la pregunta por el matrimonio. Si de verdad nos preocupan las bajas tasas de natalidad, también debería preocuparnos las bajas tasas de matrimonio. Y si nos preocupan las bajas tasas de matrimonio, deberíamos poner todos nuestros esfuerzos (políticos, culturales y personales) para hacer que casarse sea más atractivo, asequible y alcanzable. Pero esa reflexión será para otra columna.

Emilia García, es Investigadora de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 31 de enero.