El año 2011, 2.147 jóvenes obtuvieron la Beca Vocación de Profesor (BVP), incentivo que se había creado ese mismo año con el objeto de atraer a la docencia a nuevos talentos, dada la crisis que comenzaba a instalarse en las postulaciones a pedagogía. De esos titulados, 2.039 habían accedido a la beca siendo estudiantes recién egresados de cuarto medio. El año 2023, dicha beca la obtuvieron sólo 70 personas. Ninguno de ellos era estudiante recién egresado de cuarto medio.
Dentro de las causas inmediatas se menciona, por un lado, la instauración de la política de gratuidad universitaria que generó la disminución de los incentivos para estudiar pedagogía: la gratuidad no exige retribución alguna, y la BVP exige que al egresar se trabajen tres años en un establecimiento público o particular subvencionado. Por otro lado, en convocatorias anteriores, la beca incluía el financiamiento de un semestre de intercambio en el extranjero para estudiantes con puntajes destacados, beneficio que dejó de ofrecerse en los últimos años.
A esto se suma, aunque en un escenario diverso, el intenso debate que semanas previas mantuvo el Gobierno, el Congreso y el CRUCH sobre el aumento de las exigencias para ingresar a la carrera de pedagogía después del intento del Gobierno de postergarlas por tercera vez. Las Universidades transparentaron que, aumentando las exigencias para el ingreso, se agravaría seriamente la dificultad para lograr postulaciones en pedagogía.
El problema de fondo de la atracción a la carrera de pedagogía no son las becas sin postulantes ni las exigencias de ingreso, sino el hecho de que la docencia ya no es una alternativa atractiva. Esta situación no se da exclusivamente en Chile. En diversos países, se menciona además de la dificultad para que estudiantes postulen a la carrera, el estrés que generan las malas condiciones laborales y la sobrecarga administrativa, así como los bajos sueldos que reciben. Sin embargo, no estamos buscando soluciones a dichos desafíos.
Primero, es fundamental reconocer y recompensar la excelencia docente. Actualmente, la centralización de los sueldos impide que los directores puedan retener a los profesores más talentosos. Si un docente sobresaliente renuncia para trabajar en un colegio privado, el director no tiene herramientas para ofrecerle un incentivo competitivo.
Segundo, es imprescindible mejorar las condiciones laborales devolviendo a los docentes la autoridad en las aulas. La violencia escolar no se combate con más protocolos, sino apoyando el rol formador del profesor. También es urgente reducir la carga administrativa, que obliga a los educadores a dedicar tiempo al papeleo para cumplir con exigencias de fiscalización que, ante el más mínimo error, pueden llevar a sanciones desproporcionadas.
Finalmente, urge transformar la capacitación docente. Al igual que un médico se forma en el quirófano, los profesores deberían perfeccionarse en el aula, trabajando directamente con estudiantes. Sin embargo, en un acto paradójico, Chile restringió hace algunos años el perfeccionamiento al mes de enero, desvinculándolo de las dinámicas reales de la enseñanza.
Si queremos revertir esta crisis, necesitamos políticas que respondan a las verdaderas necesidades de los docentes. Resolver sus problemas cotidianos —remuneración, condiciones laborales, desarrollo profesional— dignificará la profesión, y permitirá atraer a nuevos talentos con vocación.
Francisca Figueroa es investigadora de IdeaPaís. Columna publicada en El Dínamo, el 16 de enero.