La crisis de seguridad es un nuevo baño de realidad para el gobierno. Llegamos a un punto en que ya no es aceptable que reaccione con ajustes menores como hizo luego del plebiscito del 4 de septiembre, que modere sus posiciones como lo hizo luego de rechazada la reforma tributaria o que se anote una nueva contradicción para que celebren unos y rabeen otros según la conveniencia. Ni dichos, ni ajustes menores, ni nuevas contradicciones. Hoy es la muerte la que tocó la puerta. Y no cualquier muerte, sino el asesinato de quienes están a cargo de resguardar la seguridad de todos.
La cosa no está para medidas por goteo ni símbolos. Se requiere un golpe de timón. Y ya es demasiado claro que las trabas para una agenda de seguridad robusta y para respaldar a nuestras policías no están en la oposición sino al interior de las filas del propio gobierno: en el partido comunista y el frente amplio en cuyo ADN está el desprecio por la autoridad legítima.

El alcalde Carter, acertando la lectura sobre la gravedad del asunto, pidió la renuncia de Carolina Tohá, pero -al margen de los erráticos dichos de la ministra- no es ella la que se debe ir sino los que siempre han puesto obstáculos para que el Estado asegure la paz en nuestras calles. El presidente debe dar un ultimátum público al frente amplio, al partido comunista y a su propio partido: que se quede en el gobierno quien se comprometa con la seguridad, y se vaya quien se interponga en ejercicio decidido de la autoridad legítima para defender a la población del miedo, la violencia, el narco y el delincuente.

Dirán que es una locura pedirle al presidente quebrar con su propia coalición; justamente de eso se trata una medida excepcional que remezca el tablero. Y entonces la oposición tendrá que estar a la altura y dar una mano. Si deben entrar al gobierno otras fuerzas políticas, que así sea. Dirán que planteo un imposible, yo me pregunto cuál es la alternativa: vendrá el próximo mártir ¿y después qué? ¿Seguir viendo la desconexión frívola de los que sólo buscan propinar derrotas al adversario mientras matan a las policías? ¿Seguir desintegrando nuestras instituciones hasta entregarle el país a Bukele?
Algunos dijeron que el 4-S se acabó el gobierno de Gabriel Boric y en adelante sólo le quedaba sobrevivir mitigando los embates de la agenda. Esa lectura puede tener razón en lo ideológico, pero carece de todo sentido de realidad. Por el bien de Chile, se necesita un verdadero golpe de timón, una acción decidida y no más gestos ni símbolos inútiles: que en el gobierno se queden sólo quienes comprometan lealtad a toda prueba con la seguridad. Los demás, son la verdadera oposición.

Juan de Dios Valdivieso, director regional IdeaPaís O´Higgins, publicado por el diario El Tipógrafo edición 13 de abril.